10 recetas para la intolerancia
Hace unos días leí en un diario local un interesante y preocupante artículo de Gillian Tett, directora editorial de Estados Unidos para el Financial Times. El tema que abordó fue el de la obesidad en ese país. En días pasados se ha informado también que más de la tercera parte de los estadounidenses son obesos. Ello tiene impactos negativos a nivel económico, social y, obviamente, político. En un punto de su artículo, Tett afirma que “… ya es tiempo de que se trate a la comida chatarra al mismo nivel que al tabaco y que sea sometida a controles publicitarios e impuestos”.
Posiblemente Tett desconoce cuáles son los “controles” que el Convenio Marco para el Control del Tabaco de la OMS ha planteado, llegando al extremo de proponer prohibir totalmente la publicidad, eliminar las marcas de cigarrillos de sus propias cajetillas (expropiando regulatoriamente sus derechos de propiedad industrial, como acaba de ocurrir en Australia) así como la erradicación de cultivos y de regulación de los contenidos mismos del producto (tales como sabores). Me atrevo a afirmar que no existen mayores excesos regulatorios en producto de consumo masivo alguno que en el caso del tabaco. Para justificar ello, los reguladores desarrollan una teoría de la adicción, afirmando que el adicto no tiene pleno control de su voluntad y es por ello que el Estado debe tomar decisiones por él. Bueno, lo mismo se puede decir de muchísimas adicciones que pueden ser tan malas para la salud o el bienestar personal como los juegos de azar y las apuestas, el Internet, la televisión, el chocolate, el sexo, el café, las compras, las bebidas alcohólicas y, por supuesto, la “comida chatarra” y las gaseosas azucaradas. En suma, bajo una definición tan amplia de adicción, se podría decir que el ser humano puede volverse “adicto” a prácticamente cualquier actividad o producto que le proporcione placer. La adicción no es buena pues lleva al ser humano a excesos que terminan haciéndole daño. La pregunta es si el Estado debe intervenir para doblegar la “seudo – voluntad” del adicto y tomar decisiones por él.
Este es un debate muy interesante que seguramente seguirá y será motivo para otros posts en el futuro.
Pero con todo lo controversial del tema que planteamos, es desagradable leer o escuchar los “estilos” de debate de aquellos que plantean que el Estado intervenga. Para ello, les basta calificar peyorativamente a los que discrepamos con sus posiciones.
En respuesta irónica a ellos, que claman por una mayor intervención del Estado en la libertad de las personas, les voy a proponer algunas ideas dirigidas a restringir tanto la oferta como la demanda de aquellos bienes o actividades nocivas o indeseadas (que, incluso, posiblemente sean un anticipo de futuros proyectos legislativos o decisiones regulatorias):
Regular el tamaño máximo de los envases de snacks, para limitar la cantidad de agentes nocivos a la salud a consumirse.
Igual en relación al tamaño o contenido máximo de chocolates, gaseosas, y demás productos mal llamados “chatarra”.
Regular las porciones de comida y contenido calórico que se sirven en restaurantes, cafeterías, fondas, quioscos, grifos y demás lugares de consumo. Una manera práctica de hacerlo sería regular y fiscalizar el tamaño de los platos que se sirven ahí.
Regular el tamaño de los vasos, las copas (este último caso recoge una verdadera iniciativa en un país europeo) y demás envases de gaseosas azucaradas o bebidas alcohólicas. Ello para hacerlos más pequeños y disminuir la ingesta de estos productos.
Prohibir la prostitución para disminuir los índices de sexo extramatrimonial, causa contribuyente de la adicción al sexo (pensemos en el caso de Tiger Woods), además de contribuir al contagio de enfermedades de transmisión sexual. Dicho sea de paso, en muchos países (Estados Unidos incluido, salvo el Estado de Nevada) está prohibida la prostitución, así que esto tampoco esto es un gran ejercicio de creatividad.
Prohibir las cajetillas de cigarrillos de pocas unidades y más bien, en ese caso, establecer que el contenido mínimo de una cajetilla debe ser, digamos, de 50 cigarrillos. Ello para que los fumadores tengan menos acceso al producto al hacerlo más caro (sería interesante si alguien concluye cuál sería el resultado de una medida de este corte, ya que en el Perú, efectivamente, se prohibieron las cajetillas de menos de 10 unidades en el 2010 y por lo tanto podemos saber qué pasó con el consumo del cigarrillo como producto de esta prohibición).
Regular el acceso a páginas Web de contenido discriminatorio, sexual o violento, de modo tal que sólo se ingrese a ellas fuera de los horarios de protección al menor.
Prohibir que en toda obra artística (música, pintura, escultura, cine, danza, etc.) haya referencia apologética o mostrando como una conducta normal a la violencia de género, la discriminación, el maltrato al medioambiente, etc. Asimismo, se debe prohibir mostrar o difundir por cualquier medio el consumo de alimentos nocivos, al sexo extramatrimonial, los juegos de azar, el consumo de cigarrillos, bebidas alcohólicas, etc.
Lo mismo obviamente en relación a la publicidad de estos productos o actividades indeseables (mucho de lo cual ya está plasmado en normas vigentes en el Perú y en otros países del mundo).
Como medida de refuerzo, incluir obligatoriamente advertencias claramente visibles sobre los riesgos de uso o consumo excesivo (en tiempo o cantidades) al inicio de todo programa televisivo (sobre el tiempo razonable para ver programas), en cada página de inicio en la Web, en todo envase de comida, bebida alcohólica, gaseosa o refresco azucarado, así como en los vasos, copas y demás recipientes de estos productos.
Sin duda esta lista es corta y limitadísima en su capacidad innovadora. Hay muchas más ideas de cómo puede hacer el Estado para hacernos personas más saludables y libres de adicciones.
Seguirá el debate.